«Si Europa me enseñó algo es que no hay nada más aterrador que un africano atravesando fronteras -Escondan su dinero, escondan a sus hijas; los negros se nos metieron en el rancho- Oigo sus pensamientos cuando nos ven llegar a la ventanilla y les damos nuestro pasaporte del tercer mundo». Esto tan crudo escribía el angoleño Kalaf Epalanga en su novela «También los blancos saben bailar» que leí hace unos meses. Es ciertamente triste que alguien tenga que sentir esas miradas desconfiadas arañando su alma en pleno siglo XXI. Y lo peor de toda esta absurdez obsoleta, es que no se trata de alguien aislado sino de muchos seres respirando el mismo oxígeno. Cada día, en múltiples lugares.

Así, mientras la mitad del Planeta tropieza a su paso con ojos recelosos, la otra mitad vive atrincherada y amurallada, con el corazón envuelto en prejuicios. Enmarañada, ignorante, dormida….A veces me pregunto si es el miedo, la falta de educación o la ausencia de ternura vital la que ciega tan profundamente a civiles y gobiernos. Pero si es sencillo. Basta con elevarse un poco y abrir las alas por encima de la cotidianeidad que nos envuelve para observar la vida latiendo en todos los rincones del mundo. Latiendo por igual, armónica, con las mismas ganas y la misma inocencia, tal vez con distinto tono pero al unísono. Respirando el mismo oxígeno.

En estos momentos de caos y crisis mundial, necesitamos más que nunca revolucionarnos por dentro, rescatar la alegría y la confianza que nos habitan , conectar con la solidaridad y la empatía y usar el amor como brújula omnipotente. Podemos empezar mirándonos con paciencia a nosotros mismos y a nuestras carencias emocionales para luego expandir las propuestas vitales que nos resuenen contra viento y marea. Como semillas brillantes en el aire. Algunas de estas poderosas y sencillas simientes nos las recuerda Elsa Punset en su fantástico libro, «Fuertes, Libres y Nómadas»: no guardes silencio ante una broma racista; aprende sobre justicia racial con películas, documentales y series; compra libros y opta por juguetes que reflejen una comunidad de personas de diferentes razas y países; busca un grupo diverso de amigos para ti y para tus hijos; trabaja con tu departamento de recursos humanos para pedir que entrevisten y contraten a personas de distinta procedencia…Hay muchas opciones para contribuir a una sociedad más igualitaria y sana -más coherente- y está en nuestras manos que cualquier tipo de discriminación, no solo la racial, desaparezca del Planeta abatida a tiros de concordia y sensatez.

Aunque algunos no puedan ni quieran verlo, somos absolutamente lo mismo. Somos los que nos une y nos abraza y no las alambradas políticas y mentales que nos separan. Somos el oxígeno común que respiramos. Solo eso, oxígeno y, a ratos, luz y transparencia.

Y mientras escribo estas líneas para Mundo Orenda suena la última y maravillosa canción de Jorge Drexler: «La Guerrilla de la Concordia». ¿Te unes?