Ser uno solo con los demás a un tiempo

Hablarse a uno mismo del mundo que somos

Ser, desde dentro, siempre hacia fuera

Levantar la mirada y el verso

Amar lo nuestro en los demás,

a los demás en lo nuestro,

y centrarse en que no hay un único centro.

Estar en cada ahora

Los ojos abiertos

Hacer nuestro este mundo que a cada vuelta

lo mismo llora, que ríe,

que baila, que inventa,

que sufre,

que sueña, que vuela,

que muere y que nace,

que vive y que no.

Ser esa parte más de un todo

un peso más, un arma más,

un dolor más, una opresión más,

una tiranía más,

o no.

Ser valientes, rebelarse en una lucha sincera

Ser fieles a ese grito de dentro

amordazado por la comodidad y el tiempo.

No abandonar el amor

entre los despojos de otro mundo

que decidimos despreciar por pura cobardía,

por no atrevernos a entender

que no basta un lamento para acallar la conciencia,

que aunque no tengamos ojos suficientes

todas las lágrimas son nuestras.

Sentirse parte y decidir sereno

Ser una ínfima fracción del antídoto

o una gota más del veneno.

Contemplar cada circunstancia y decidir

si ser una mano más

o una mano menos.

Comprometerse con el mundo que queremos

Porque si no caes en la trampa

y borras la frontera que nos divide

es tu mundo el que se ensancha;

Si encuentras aquello que nos une

ya nada nos separa;

Si te despojas del miedo y cuestionas las creencias

y no ves ni el credo, ni el color,

ni su costumbre, la lengua o la presencia;

cuando solo ves los ojos que te miran

se revelan como propias sus carencias

y el espejo te devuelve reflejado

el alma desnuda de otro tú

en una suerte de lúcida demencia:

Esa forma del amor que es mirar al otro

y no ver ninguna diferencia.

Por Jorge Díaz de Losada